La trágica muerte del presidente
Hugo Chávez Frías dejó un halo de sinsabores en América Latina, sólo comparable
con la última pérdida a este nivel, como lo fue el deceso del ex presidente
Néstor Kirchner. La conmoción nacional de los venezolanos se hizo eco en los
representantes de gran cantidad de los hermanos países de habla hispana, que
asistieron física o espiritualmente a la despedida.
Incluso esta pérdida cobró tal
notoriedad que despertó el sentimiento patriótico y militante adormecido de
algunas corrientes partidistas que arañaron el telón de fondo para mendigar
unas migajas en la escena política actual.
La competencia desleal y la
bajeza más absoluta identificaron a las minorías, ausentes por otra parte en los
verdaderos problemas sociales. Ocupados en obtener un lugar de excelencia en la
historia (o que al menos se los recuerde por alguna acción válida),
representantes de estos partidos dispararon sus acusaciones posicionándose por
delante de otros, en su relación con el fallecido líder.
“Nosotros organizamos el primer
congreso bolivariano en el país”, aseguraron militantes de Libres del Sur,
intentando sacar tajada de la desgracia que azota aun, en días de duelo
nacional. Con estas palabras comenzaron el discurso fallido en competencia con
las mismas fuerzas aliadas de Chávez, desmintiendo, fabulando y profetizando
sobre una historia que el pueblo bien conoce.
“Muchos que hoy nos critican
todavía eran duhaldistas o menemistas cuando apoyábamos a Chávez”, lanzaron en
afán de competencia. Sin embargo, nadie recuerda la supuesta predilección del
bolivariano por estas minorías reaccionarias, que dedicaron su existencia a
oponerse sistemáticamente a cuanta propuesta amenazase su estructura.
Afortunadamente, los muertos se
van para no volver; porque de hacerlo, algunos deberían sentirse heridos y
defraudados de cuán en vano se pronuncian sus nombres.
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